El melanoma ocular es un tipo de cáncer poco frecuente, pero con gran impacto en la salud visual y general de quienes lo padecen. Aunque se trata de una enfermedad rara en comparación con otros tumores, su gravedad reside en que puede comprometer no solo la visión, sino también la vida del paciente si no se detecta y trata a tiempo. Conocer cómo se presenta, cuáles son sus síntomas y qué opciones de tratamiento existen resulta fundamental para adelantarse a un problema que, en muchas ocasiones, pasa desapercibido en las fases iniciales.
A diferencia de los melanomas cutáneos, el melanoma ocular aparece en las estructuras internas del ojo, sobre todo en la úvea, que es la capa intermedia que incluye el iris, el cuerpo ciliar y la coroides. También puede desarrollarse en la conjuntiva o, en casos excepcionales, en la órbita ocular. Su origen está en los melanocitos, células encargadas de producir pigmento, que en algún momento sufren una mutación que las hace crecer de manera descontrolada.
En la mayoría de los casos, el melanoma ocular no provoca síntomas al inicio, lo que retrasa su diagnóstico. Sin embargo, cuando comienza a manifestarse, puede hacerlo con alteraciones visuales, visión borrosa o la aparición de manchas oscuras en el ojo. El reto está en detectarlo pronto para iniciar un tratamiento que preserve la visión y evite la diseminación del tumor a otros órganos, especialmente al hígado, donde suele dar lugar a metástasis.
¿Qué es el melanoma ocular?
El melanoma ocular es un tipo de cáncer que se origina en los melanocitos del ojo, las células que producen melanina. Aunque puede aparecer en distintas partes, el más común es el melanoma uveal, que afecta a la coroides, el cuerpo ciliar o el iris. Representa el tumor maligno intraocular primario más frecuente en adultos.
Se estima que la incidencia es de entre 5 y 7 casos por millón de personas al año, lo que lo convierte en un cáncer raro, pero clínicamente relevante por su capacidad de generar metástasis. Es importante diferenciarlo de otros tumores oculares, como el retinoblastoma (más común en la infancia) o los linfomas intraoculares, ya que su origen, comportamiento y tratamiento son muy distintos.
La rareza del melanoma ocular no debe hacer que se le reste importancia: su evolución puede ser silenciosa, pero con consecuencias graves. Por eso, las revisiones oftalmológicas juegan un papel clave en su detección precoz.