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Herpes genital en el embarazo: riesgos, tratamiento y cómo prevenir la transmisión al bebé

miércoles, 20 de agosto de 2025

Detectar una lesión dolorosa en la zona genital durante el embarazo genera, con razón, preocupación. Cuando además va acompañada de fiebre o malestar general, muchas mujeres se temen lo peor. Y una de las causas más frecuentes —y también más desconocidas— de este tipo de lesiones es el herpes genital, una infección de transmisión sexual que puede complicar el curso del embarazo si no se identifica y trata a tiempo.

El herpes genital está causado por el virus del herpes simple, habitualmente el tipo 2 (VHS-2), aunque también puede estar implicado el tipo 1 (VHS-1), más común en el herpes labial. Ambos virus pueden afectar al área genital si hay contacto directo con las mucosas, y en el contexto de la gestación, su presencia requiere especial atención.

El riesgo principal no está tanto en los síntomas locales como en la posibilidad de transmisión al recién nacido, sobre todo cuando la infección ocurre por primera vez durante el tercer trimestre, una situación que se considera de alto riesgo. Sin embargo, con un buen seguimiento, diagnóstico precoz y medidas preventivas adecuadas, es posible minimizar los riesgos y garantizar un embarazo y un parto seguros, incluso en mujeres con antecedentes de herpes genital.

¿Qué es el herpes genital y por qué es relevante durante el embarazo?

El herpes genital es una infección causada por el virus del herpes simple (VHS), que se transmite fundamentalmente a través del contacto sexual. Existen dos tipos de este virus:

  • El VHS tipo 1 (VHS-1), más común en el herpes labial, pero que también puede producir herpes genital si se transmite mediante sexo oral.
  • El VHS tipo 2 (VHS-2), que es el causante habitual del herpes genital clásico.

Una vez adquirido, el virus permanece en el cuerpo de forma latente, alojado en los ganglios nerviosos. Desde allí puede reactivarse en determinados momentos, dando lugar a nuevos brotes, sobre todo si el sistema inmunológico se encuentra debilitado o alterado.

Durante el embarazo, se producen cambios inmunológicos naturales que hacen que el cuerpo sea más tolerante para proteger al feto. Esta adaptación, aunque necesaria, puede favorecer la reactivación de virus latentes, como el del herpes simple. Por eso, las mujeres que ya habían tenido herpes genital antes del embarazo pueden experimentar uno o varios brotes a lo largo de la gestación.

Ahora bien, no todas las situaciones tienen el mismo riesgo. La clave está en distinguir entre dos escenarios diferentes.

Infección previa vs. infección por primera vez

Cuando la mujer ya ha tenido herpes genital antes del embarazo, su organismo ha generado anticuerpos. Estos anticuerpos atraviesan la placenta y ofrecen una cierta protección al bebé. Aunque puede haber reactivaciones del virus, el riesgo de transmisión al recién nacido es bajo, sobre todo si no hay lesiones activas en el momento del parto.

Si la mujer se contagia por primera vez durante el embarazo, especialmente en el tercer trimestre, la situación cambia. Su cuerpo aún no ha producido defensas, y el bebé tampoco las recibe. En estos casos, el riesgo de transmisión durante el parto es mucho más alto, y puede llegar a provocar una infección neonatal grave.

Esto hace que el herpes genital adquiera una relevancia especial en el contexto del embarazo, no solo por sus síntomas locales, sino por el posible impacto en el bebé, tanto antes como después del nacimiento.

Además, el manejo clínico cambia por completo: lo que en una mujer no embarazada se trataría como una infección molesta pero autolimitada, en una embarazada puede requerir antivirales, planificación del parto e incluso cesárea si hay riesgo de contagio en el momento del nacimiento.

Por eso, es fundamental que cualquier síntoma sospechoso —por leve que sea— se consulte con el equipo médico. Incluso si la infección pasó hace años, comunicarlo al ginecólogo permite planificar el embarazo con más seguridad y tomar decisiones informadas llegado el momento del parto.

¿Qué síntomas puede causar el herpes genital en el embarazo?

El herpes genital puede presentarse de forma muy distinta según si la infección es reciente o si se trata de una reactivación en una mujer que ya había tenido brotes anteriormente. Esta diferencia no solo influye en la intensidad de los síntomas, sino también en su duración y en la forma en la que se perciben durante la gestación.

Primoinfección: cuando el cuerpo se enfrenta al virus por primera vez

En las mujeres que se contagian por primera vez durante el embarazo, los síntomas suelen ser más intensos, duraderos y generalizados. Esta situación, llamada primoinfección, implica que el sistema inmunológico todavía no ha desarrollado anticuerpos específicos frente al virus del herpes simple.

Los síntomas más frecuentes incluyen:

  • Lesiones dolorosas en la zona genital: aparecen como pequeñas ampollas agrupadas que se transforman en úlceras. Pueden extenderse a vulva, vagina, periné, zona anal o cara interna de los muslos.
  • Dolor o escozor al orinar, sobre todo si la orina entra en contacto con las úlceras.
  • Inflamación de los ganglios inguinales, que puede notarse como bultos dolorosos a los lados del pubis.
  • Fiebre, dolor de cabeza, cansancio y malestar general, similares a los de una gripe.
  • Sensación de ardor, picor o escozor en la zona genital, incluso antes de que aparezcan las lesiones.
  • En algunos casos, puede haber aumento del flujo vaginal o cambios en su aspecto.

Estos síntomas suelen durar más de una semana y pueden dificultar el descanso, la movilidad o las actividades diarias. Por su intensidad y localización, a veces se confunden con infecciones vulvovaginales comunes durante el embarazo, como la candidiasis o las infecciones urinarias, lo que retrasa el diagnóstico si no se valora correctamente.

Brotes recurrentes: menos síntomas, pero mismos signos clave

En mujeres que ya han tenido herpes genital antes del embarazo, es posible que aparezcan reactivaciones del virus en forma de brotes esporádicos. En estos casos, el sistema inmunitario ya reconoce al virus, y la respuesta es más contenida.

Los síntomas de un brote recurrente suelen ser más leves y duran menos tiempo. Lo más habitual es:

  • Una o pocas lesiones pequeñas en la misma zona donde aparecieron en brotes anteriores.
  • Picor, ardor o sensación de hormigueo en la piel unos días antes de que salgan las ampollas.
  • Molestias locales leves al orinar o al tener relaciones sexuales, si las lesiones están activas.

En muchos casos, estas recurrencias pasan desapercibidas si las molestias son mínimas o si las lesiones se localizan en zonas poco visibles.

¿Qué riesgos existen para el bebé?

Cuando se diagnostica herpes genital durante el embarazo, una de las principales preocupaciones es si la infección puede afectar al bebé. La respuesta es sí, aunque no en todos los casos ni con la misma gravedad. El riesgo depende, sobre todo, del momento en que la madre adquiere el virus y de si ya tenía anticuerpos frente al herpes antes de quedarse embarazada.

La forma más común de transmisión se produce en el momento del parto, si hay lesiones activas en la zona genital. Durante el paso por el canal del parto, el recién nacido puede entrar en contacto directo con el virus y contagiarse. Esto es especialmente preocupante si se trata de una primoinfección reciente, es decir, si la madre se ha contagiado por primera vez en las últimas semanas de embarazo. En este escenario, su organismo todavía no ha generado anticuerpos protectores que puedan transferirse al bebé a través de la placenta, y por tanto el riesgo de infección neonatal aumenta de forma considerable.

También existe la posibilidad, mucho menos frecuente, de que el virus se transmita durante el embarazo a través de la placenta, lo que se conoce como infección intrauterina. Esta forma es excepcional, pero puede tener consecuencias graves si el virus alcanza la circulación fetal. Por último, aunque es poco habitual, el contagio también puede ocurrir tras el nacimiento, si el recién nacido entra en contacto con lesiones activas en la piel, los labios o las mucosas de una persona infectada.

¿Qué consecuencias puede tener el herpes neonatal?

El herpes neonatal es una infección potencialmente grave. Puede manifestarse de forma localizada, afectando solo a la piel, los ojos o la boca del recién nacido, o bien presentarse en forma de meningoencefalitis si afecta al sistema nervioso central. En los casos más graves, la infección se disemina por varios órganos, incluyendo el hígado, los pulmones y el cerebro, con un pronóstico reservado si no se actúa con rapidez. Por eso, aunque la incidencia general de herpes neonatal es baja, su impacto clínico justifica la necesidad de prevención y seguimiento especializado durante el embarazo.

La buena noticia es que, si la madre ya había tenido herpes genital antes del embarazo, el riesgo para el bebé es mucho menor. En estos casos, el sistema inmunológico materno ya ha producido anticuerpos contra el virus, y estos se transfieren al feto a lo largo de la gestación, ofreciendo una protección parcial. Incluso si se produce una reactivación del virus durante el embarazo, el riesgo de transmisión al bebé es muy bajo si no hay lesiones visibles en el momento del parto.

Cuando el diagnóstico es claro y se detecta una infección activa en las últimas semanas de embarazo, el equipo médico puede recomendar una cesárea para evitar el paso del bebé por el canal del parto. Esta decisión se toma en función del tipo de infección, el momento en que ha aparecido y la presencia o no de síntomas en las últimas horas antes del nacimiento.

¿Cómo se diagnostica el herpes genital durante el embarazo?

El diagnóstico suele ser clínico, basado en la exploración física y la historia de la paciente. Sin embargo, cuando hay dudas, se pueden solicitar pruebas específicas para confirmar la presencia del virus y diferenciar entre primoinfección y reactivación:

  • PCR a partir de una muestra de las lesiones: detecta la presencia del virus con alta sensibilidad.
  • Cultivo viral: útil, aunque menos sensible que la PCR.
  • Serología (anticuerpos IgG/IgM): permite saber si la infección es reciente o si la mujer ya estaba inmunizada.

Diferenciar si se trata de una primera infección o de una recurrencia es fundamental para establecer el nivel de riesgo y decidir el tipo de seguimiento y parto más adecuado.

¿Qué tratamiento se recomienda durante el embarazo?

Cuando se diagnostica herpes genital en una mujer embarazada, el objetivo del tratamiento es doble: reducir el malestar y los síntomas locales en la madre y, sobre todo, minimizar el riesgo de transmisión del virus al bebé. Para ello, el manejo clínico depende del tipo de infección (primoinfección o reactivación), del momento del embarazo en que ocurre y de la presencia o no de lesiones activas cerca del parto.

El tratamiento más utilizado en estos casos son los antivirales, que actúan inhibiendo la multiplicación del virus y acelerando la curación de las lesiones. También pueden utilizarse otros antivirales como el valaciclovir, con buena tolerancia y eficacia clínica. Estos fármacos están bien estudiados en el contexto del embarazo y, bajo supervisión médica, se consideran seguros tanto para la madre como para el feto.

¿En qué casos se recomienda iniciar tratamiento antiviral?

Cuando se trata de una primoinfección durante el embarazo, el tratamiento con antivirales debe iniciarse lo antes posible. El objetivo es reducir la duración del brote, aliviar los síntomas y, en caso de que el episodio ocurra cerca del parto, disminuir la carga viral para proteger al recién nacido. En los casos más intensos, especialmente si hay fiebre, dolor generalizado o lesiones muy extensas, puede incluso valorarse el tratamiento intravenoso o el ingreso hospitalario para asegurar una buena evolución.

En las mujeres que han tenido herpes genital en el pasado, no es necesario tratar cada brote aislado durante la gestación si es leve y autolimitado. Sin embargo, a partir de la semana 36, muchos especialistas recomiendan instaurar un tratamiento supresor diario con aciclovir para prevenir posibles reactivaciones en el momento del parto. Esta estrategia ha demostrado reducir de forma significativa el riesgo de que aparezcan lesiones activas justo antes del nacimiento, lo que a su vez disminuye la necesidad de realizar una cesárea.

La decisión de comenzar o no un tratamiento preventivo depende del historial de la paciente, del número de brotes previos, de la evolución del embarazo y de la evaluación individual que realice el equipo médico.

Aunque el herpes genital no tiene cura definitiva, el uso adecuado de antivirales durante el embarazo permite controlar la infección, aliviar los síntomas y planificar un parto seguro para el bebé. Por eso, ante cualquier signo de brote o si existe un antecedente conocido de herpes genital, es importante informar al ginecólogo lo antes posible. Cuanto antes se actúe, más opciones hay de evitar complicaciones.

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¿Se puede prevenir la transmisión al bebé?

Sí, y en la mayoría de los casos se consigue con una buena planificación médica. El riesgo de transmitir el herpes genital al recién nacido es muy bajo cuando la madre ya ha pasado por una infección previa, ya que sus anticuerpos atraviesan la placenta y ofrecen cierta protección al bebé. Aun así, es importante comunicar este antecedente al equipo médico.

El mayor riesgo aparece cuando la mujer se contagia por primera vez en el embarazo, especialmente en el tercer trimestre. En estos casos, el cuerpo aún no ha desarrollado defensas, y el bebé no está protegido. Por eso se vigilan los síntomas de forma estrecha, y se valora la opción de adelantar el parto o programar una cesárea si hay lesiones activas.

Además, en mujeres con brotes recurrentes, es habitual iniciar un tratamiento antiviral preventivo hacia la semana 36 de gestación. Esta estrategia reduce la posibilidad de reactivaciones cerca del parto y, con ello, la necesidad de recurrir a una cesárea.

Después del nacimiento, también es clave evitar que el bebé entre en contacto con lesiones activas de herpes en otras personas, especialmente en labios o rostro. Aunque el contagio por esta vía es menos común, los recién nacidos tienen un sistema inmune inmaduro y son más vulnerables.