Detectar una lesión dolorosa en la zona genital durante el embarazo genera, con razón, preocupación. Cuando además va acompañada de fiebre o malestar general, muchas mujeres se temen lo peor. Y una de las causas más frecuentes —y también más desconocidas— de este tipo de lesiones es el herpes genital, una infección de transmisión sexual que puede complicar el curso del embarazo si no se identifica y trata a tiempo.
El herpes genital está causado por el virus del herpes simple, habitualmente el tipo 2 (VHS-2), aunque también puede estar implicado el tipo 1 (VHS-1), más común en el herpes labial. Ambos virus pueden afectar al área genital si hay contacto directo con las mucosas, y en el contexto de la gestación, su presencia requiere especial atención.
El riesgo principal no está tanto en los síntomas locales como en la posibilidad de transmisión al recién nacido, sobre todo cuando la infección ocurre por primera vez durante el tercer trimestre, una situación que se considera de alto riesgo. Sin embargo, con un buen seguimiento, diagnóstico precoz y medidas preventivas adecuadas, es posible minimizar los riesgos y garantizar un embarazo y un parto seguros, incluso en mujeres con antecedentes de herpes genital.
¿Qué es el herpes genital y por qué es relevante durante el embarazo?
El herpes genital es una infección causada por el virus del herpes simple (VHS), que se transmite fundamentalmente a través del contacto sexual. Existen dos tipos de este virus:
- El VHS tipo 1 (VHS-1), más común en el herpes labial, pero que también puede producir herpes genital si se transmite mediante sexo oral.
- El VHS tipo 2 (VHS-2), que es el causante habitual del herpes genital clásico.
Una vez adquirido, el virus permanece en el cuerpo de forma latente, alojado en los ganglios nerviosos. Desde allí puede reactivarse en determinados momentos, dando lugar a nuevos brotes, sobre todo si el sistema inmunológico se encuentra debilitado o alterado.
Durante el embarazo, se producen cambios inmunológicos naturales que hacen que el cuerpo sea más tolerante para proteger al feto. Esta adaptación, aunque necesaria, puede favorecer la reactivación de virus latentes, como el del herpes simple. Por eso, las mujeres que ya habían tenido herpes genital antes del embarazo pueden experimentar uno o varios brotes a lo largo de la gestación.
Ahora bien, no todas las situaciones tienen el mismo riesgo. La clave está en distinguir entre dos escenarios diferentes.
Infección previa vs. infección por primera vez
Cuando la mujer ya ha tenido herpes genital antes del embarazo, su organismo ha generado anticuerpos. Estos anticuerpos atraviesan la placenta y ofrecen una cierta protección al bebé. Aunque puede haber reactivaciones del virus, el riesgo de transmisión al recién nacido es bajo, sobre todo si no hay lesiones activas en el momento del parto.
Si la mujer se contagia por primera vez durante el embarazo, especialmente en el tercer trimestre, la situación cambia. Su cuerpo aún no ha producido defensas, y el bebé tampoco las recibe. En estos casos, el riesgo de transmisión durante el parto es mucho más alto, y puede llegar a provocar una infección neonatal grave.
Esto hace que el herpes genital adquiera una relevancia especial en el contexto del embarazo, no solo por sus síntomas locales, sino por el posible impacto en el bebé, tanto antes como después del nacimiento.
Además, el manejo clínico cambia por completo: lo que en una mujer no embarazada se trataría como una infección molesta pero autolimitada, en una embarazada puede requerir antivirales, planificación del parto e incluso cesárea si hay riesgo de contagio en el momento del nacimiento.
Por eso, es fundamental que cualquier síntoma sospechoso —por leve que sea— se consulte con el equipo médico. Incluso si la infección pasó hace años, comunicarlo al ginecólogo permite planificar el embarazo con más seguridad y tomar decisiones informadas llegado el momento del parto.