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Endocarditis: una infección poco frecuente pero muy seria

lunes, 21 de abril de 2025

La endocarditis es una infección que afecta al endocardio, el tejido fino que recubre las cavidades internas del corazón y las válvulas cardíacas. Aunque no se trata de una patología común, su gravedad reside en las complicaciones que puede desencadenar si no se detecta y trata a tiempo. En los casos más delicados, puede provocar daños irreversibles en las válvulas o incluso poner en riesgo la vida. Por eso es fundamental conocer qué es la endocarditis, qué la causa, cómo se manifiesta y cuáles son las opciones de tratamiento disponibles.

Este tipo de infección puede pasar desapercibida al principio, ya que sus síntomas iniciales se confunden con los de otras enfermedades más comunes, como una gripe o una infección generalizada. Sin embargo, la clave está en saber identificar los signos de alarma y acudir al especialista para una valoración rápida.

¿Qué es exactamente la endocarditis?

La endocarditis es una infección de origen bacteriano o, en menor medida, fúngico que se produce cuando microorganismos patógenos acceden al torrente sanguíneo y se adhieren a las válvulas cardíacas o al tejido endocárdico. Esta infección provoca una inflamación localizada que puede alterar el funcionamiento normal del corazón y, si no se controla, derivar en daños graves.

El tipo más habitual es la endocarditis infecciosa, que se clasifica según su curso en aguda o subaguda. En la forma aguda, los síntomas se desarrollan rápidamente y la infección puede ser muy agresiva. En cambio, la endocarditis subaguda avanza de forma más lenta y sus signos pueden tardar semanas o incluso meses en manifestarse.

Las personas con válvulas cardíacas artificiales, defectos cardíacos congénitos, antecedentes de endocarditis o sistemas inmunitarios debilitados presentan un mayor riesgo de padecer esta patología.

Principales causas de la endocarditis

La endocarditis suele estar provocada por una infección bacteriana que logra acceder al torrente sanguíneo y adherirse al revestimiento interno del corazón o a las válvulas cardíacas. No se trata de algo que ocurra de forma espontánea: para que esta infección prospere, normalmente debe haber un factor predisponente, como una válvula dañada, una prótesis valvular o una anomalía estructural en el corazón. Estos escenarios crean una superficie más “adhesiva” para las bacterias, favoreciendo su implantación y multiplicación.

Las bacterias más comúnmente implicadas en la endocarditis son los estreptococos y los estafilococos. En muchas ocasiones, estos microorganismos entran en el organismo a través de procedimientos tan cotidianos como una limpieza dental agresiva, una extracción de muelas o una herida cutánea mal desinfectada. También pueden colarse a través de catéteres, vías intravenosas, tatuajes o piercings, especialmente si no se siguen las medidas de higiene adecuadas.

Otro origen frecuente está en las infecciones no tratadas o mal resueltas. Una simple infección de orina, una neumonía o una herida infectada pueden convertirse en puerta de entrada si las bacterias logran llegar al sistema circulatorio. Por eso es tan importante tratar correctamente cualquier foco infeccioso, por pequeño que parezca.

Además, existen factores que aumentan el riesgo, como el consumo de drogas intravenosas, tener el sistema inmunitario debilitado, haber sido sometido a una cirugía cardíaca previa o contar con dispositivos implantables como marcapasos o desfibriladores. En estos casos, el riesgo de que una bacteria se adhiera al endocardio o a una válvula aumenta de forma considerable.

La combinación de una entrada bacteriana y una estructura cardíaca vulnerable es el caldo de cultivo perfecto para que se desarrolle esta enfermedad, que puede tener consecuencias graves si no se detecta y trata a tiempo.

Síntomas habituales de la endocarditis

La endocarditis puede presentarse de forma muy variable según la persona, el tipo de microorganismo implicado y el estado previo del corazón. En algunos casos, los síntomas aparecen de forma repentina y son muy evidentes; en otros, se desarrollan de forma lenta y progresiva, lo que puede dificultar su diagnóstico inicial. Por eso, conviene conocer bien las señales de alerta, especialmente si ya existe un problema cardíaco de base.

Uno de los síntomas más frecuentes es la fiebre persistente, que no remite con antitérmicos comunes y que suele acompañarse de una sensación general de malestar. También es habitual notar un cansancio excesivo, incluso tras esfuerzos pequeños, y sudores nocturnos que interrumpen el sueño. Esta sintomatología suele confundirse con una gripe o una infección leve, lo que puede retrasar la consulta médica.

Entre los signos más comunes encontramos:

  • Fiebre prolongada, a menudo sin una causa aparente.
  • Escalofríos y sudores nocturnos, que pueden repetirse durante días.
  • Cansancio extremo o debilidad generalizada.
  • Dolor muscular o articular, similar al de otras infecciones sistémicas.
  • Pérdida de apetito y peso involuntario.

A medida que la enfermedad avanza, pueden aparecer otros síntomas más específicos, como dificultades respiratorias, taquicardias o signos de insuficiencia cardíaca. En casos más graves, también pueden producirse manchas en la piel, hemorragias bajo las uñas (llamadas hemorragias en astilla) o pequeñas lesiones dolorosas en los dedos de manos y pies, conocidas como nódulos de Osler.

Estos síntomas, aunque no siempre aparecen todos ni con la misma intensidad, deben hacer saltar las alarmas, sobre todo en personas con válvulas artificiales, antecedentes de endocarditis o cardiopatías congénitas. Cuanto antes se identifique el problema, más posibilidades hay de iniciar un tratamiento eficaz y evitar complicaciones graves.

Diagnóstico: pruebas y confirmación

Para confirmar una sospecha de endocarditis, el especialista suele realizar una serie de pruebas combinadas:

  • Hemocultivos para identificar el microorganismo responsable.
  • Análisis de sangre que revelan signos de infección o inflamación.
  • Ecocardiograma transtorácico o transesofágico para visualizar las válvulas cardíacas y detectar vegetaciones (acúmulos de bacterias y células).
  • Resonancia magnética o TAC si se sospechan complicaciones.

El diagnóstico precoz es crucial para evitar complicaciones graves, como la insuficiencia cardíaca, los accidentes cerebrovasculares o las embolias.

Tratamiento de la endocarditis

El tratamiento de la endocarditis depende en gran medida de la causa concreta de la infección, del tipo de bacteria u hongo implicado, del estado general del paciente y de si existen complicaciones previas en el corazón, como válvulas artificiales o malformaciones. A diferencia de otras infecciones comunes, no basta con una pauta corta de antibióticos orales: la endocarditis requiere un abordaje más intensivo y prolongado, casi siempre en un entorno hospitalario.

En la mayoría de los casos, el tratamiento se basa en la administración de antibióticos intravenosos de amplio espectro, que posteriormente se ajustan en función del resultado del hemocultivo (la prueba que determina el microorganismo responsable). Esta terapia suele durar entre 4 y 6 semanas, y se aplica directamente en vena para garantizar su eficacia. Es importante que se administre de forma continuada, sin interrupciones, ya que cualquier descuido puede permitir que la infección se reactive.

Cuando hay afectación grave de las válvulas cardíacas o no hay mejoría con el tratamiento antibiótico, puede ser necesaria una cirugía cardíaca. El objetivo de esta intervención es reparar o sustituir la válvula dañada para evitar que la infección siga avanzando o provoque insuficiencia cardíaca. Aunque no todos los pacientes la necesitan, la cirugía puede ser vital en casos de endocarditis complicadas.

En resumen, el tratamiento de la endocarditis incluye:

  • Antibióticos intravenosos específicos durante varias semanas.
  • Seguimiento médico estrecho con analíticas frecuentes y controles ecocardiográficos.
  • Reposo absoluto o relativo en las fases iniciales, sobre todo si hay afectación del ritmo cardíaco o insuficiencia.
  • Cirugía cardíaca en casos de daño estructural, embolias, abscesos o ausencia de respuesta al tratamiento médico.

Además, es fundamental identificar y tratar cualquier foco infeccioso que pueda haber en otras partes del cuerpo: infecciones dentales, cutáneas o urinarias, por ejemplo, ya que podrían actuar como puerta de entrada para las bacterias al torrente sanguíneo.

El pronóstico mejora significativamente cuando la endocarditis se diagnostica a tiempo y se inicia el tratamiento adecuado sin demora. Por eso, una vigilancia médica estrecha y el cumplimiento riguroso de las pautas son claves para una recuperación completa.

Complicaciones posibles

Si no se trata de forma adecuada, la endocarditis puede dar lugar a complicaciones serias:

  • Insuficiencia valvular y fallo cardíaco.
  • Diseminación de la infección a otros órganos (cerebro, pulmones, riñones).
  • Embolias sistémicas.
  • Abscesos intracardíacos o pericarditis.

Estas complicaciones son las responsables de una buena parte de la morbimortalidad asociada a la enfermedad.

Prevención: ¡clave en pacientes de riesgo!

Aunque no siempre se puede evitar la aparición de una endocarditis, sí existen medidas eficaces para reducir el riesgo, especialmente en personas que ya presentan factores predisponentes. Y es que no todos tenemos el mismo nivel de vulnerabilidad: quienes tienen válvulas cardíacas artificiales, antecedentes de endocarditis, ciertas cardiopatías congénitas o se han sometido a cirugías cardíacas deben extremar las precauciones.

Una de las claves está en el control de las infecciones orales. La boca, aunque parezca sorprendente, es una de las principales vías por las que las bacterias pueden acceder al torrente sanguíneo. Por eso, mantener una buena salud bucodental no es solo una cuestión estética o de comodidad, sino un verdadero escudo protector frente a este tipo de infecciones.

Además, es fundamental que los pacientes de riesgo estén bien informados. Saber cuándo hay que actuar y qué hacer ante ciertos procedimientos médicos o situaciones del día a día puede marcar la diferencia. Por ejemplo:

  • Antibioterapia preventiva: algunos pacientes deben tomar antibióticos antes de procedimientos dentales, respiratorios o quirúrgicos. Esta recomendación debe venir del cardiólogo o del especialista que lleva su historial.
  • Evitar piercings y tatuajes: en pacientes de riesgo, se desaconsejan estos procedimientos, ya que suponen una puerta de entrada directa para bacterias al organismo.
  • Informar siempre de los antecedentes médicos: tanto al dentista como a cualquier profesional sanitario antes de realizar tratamientos invasivos.
  • Vigilar posibles infecciones: desde fiebre sin causa aparente hasta una herida que no cicatriza o un dolor articular inusual pueden ser signos de alerta. Ante cualquier sospecha, conviene consultar sin demora.

Además, en pacientes que llevan catéteres venosos o prótesis internas, es fundamental seguir escrupulosamente las indicaciones médicas sobre higiene, curas y cambios de material. La prevención pasa por evitar que bacterias banales acaben cruzando la barrera hacia el interior del cuerpo.

En definitiva, la prevención no solo es posible, sino que es la mejor estrategia en pacientes con riesgo de desarrollar endocarditis. Un enfoque preventivo, bien pautado por el equipo médico, puede evitar complicaciones graves y mejorar notablemente la calidad de vida a largo plazo. La vigilancia, el autocuidado y el acompañamiento profesional son las tres patas de esta estrategia.

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Endocarditis en niños y adultos mayores

La endocarditis puede afectar a personas de todas las edades, pero hay ciertos grupos en los que su aparición presenta particularidades tanto en el diagnóstico como en el tratamiento. En niños y en adultos mayores, la enfermedad no solo tiene un comportamiento clínico diferente, sino que también requiere un abordaje adaptado a sus necesidades específicas.

En el caso de los niños, aunque la endocarditis no es una de las infecciones más frecuentes, sí es especialmente preocupante en aquellos con enfermedades cardíacas congénitas, sobre todo si han sido operados o portan dispositivos como válvulas protésicas. A menudo, los síntomas pueden ser más sutiles y enmascararse con signos propios de otras infecciones comunes de la infancia, como fiebre prolongada, cansancio o irritabilidad. Esto puede retrasar el diagnóstico si no se tiene un alto nivel de sospecha clínica, especialmente en niños con antecedentes cardíacos. Además, el tratamiento antibiótico en edad pediátrica debe ser cuidadosamente ajustado a su peso y maduración renal, lo que hace que el seguimiento sea aún más exigente. La implicación de un equipo especializado en cardiología pediátrica es clave para asegurar una buena evolución.

En los adultos mayores, el escenario cambia por completo. En este grupo, la endocarditis suele asociarse a factores como el envejecimiento del corazón, la presencia de válvulas degeneradas o la implantación de prótesis cardíacas. Además, muchas personas de edad avanzada toman medicación crónica o presentan otras enfermedades como diabetes, insuficiencia renal o deterioro inmunológico, lo que complica tanto la presentación clínica como el tratamiento. En este contexto, los síntomas pueden ser poco específicos, como una debilidad general, pérdida de apetito o confusión, lo que puede llevar a confundir la endocarditis con otras patologías propias de la edad.

En ambos extremos de la vida, el diagnóstico precoz y la coordinación entre distintas especialidades médicas es esencial. Tanto en pediatría como en geriatría, la vigilancia estrecha, el acceso rápido a pruebas diagnósticas y la adaptación individualizada del tratamiento marcan la diferencia en la evolución y el pronóstico de la enfermedad.