Cuando el cuerpo empieza a dar señales que no comprendemos —hormigueos, pérdida de fuerza, dolores musculares inexplicables— es normal que surjan muchas preguntas. ¿Será un problema nervioso? ¿Estará afectado el músculo? ¿Es algo pasajero o necesito una prueba diagnóstica? En estas situaciones, el electromiograma se convierte en una herramienta fundamental para ponerle nombre a lo que está ocurriendo. Esta prueba permite observar cómo funcionan los nervios y músculos de una forma directa y objetiva, aportando información valiosa para detectar enfermedades neuromusculares o lesiones.
El electromiograma, o EMG, es una de las pruebas más habituales en el ámbito de la neurología, la medicina rehabilitadora y la fisioterapia. Puede resultar un término desconocido, pero su uso está cada vez más extendido por su utilidad clínica y por la precisión con la que aporta datos. Saber qué es, cómo se realiza, cuándo está indicado y qué tipo de resultados se pueden obtener ayuda a reducir la incertidumbre cuando el médico nos la recomienda.
Saber cómo funciona, qué utilidad tiene, qué se siente durante la prueba y qué valor tienen sus resultados permite afrontarla con tranquilidad y con toda la información necesaria. La clave está en entender por qué se pide esta prueba, qué aporta y cómo puede ayudarnos a cuidar mejor de nuestra salud neuromuscular.
¿Qué es un electromiograma?
El electromiograma es una prueba que estudia la actividad eléctrica de los músculos y los nervios periféricos. Gracias a ella se puede analizar cómo se transmite la señal eléctrica desde el sistema nervioso hasta la musculatura, y detectar si existe alguna alteración en ese proceso.
A nivel técnico, se realiza colocando unos electrodos en diferentes partes del cuerpo, que pueden ser superficiales (pegados a la piel) o insertados en forma de finas agujas dentro del músculo. Estos electrodos recogen la actividad eléctrica generada por las fibras musculares y los nervios, y la registran en una pantalla o gráfico para su análisis.
Aunque pueda sonar complejo, el electromiograma es una prueba segura, con escasas contraindicaciones y muy útil para el diagnóstico médico. Su nombre completo suele ir acompañado del estudio de conducción nerviosa, ya que en la práctica ambos procedimientos se realizan de forma conjunta.
¿Para qué sirve un electromiograma?
El electromiograma resulta especialmente útil cuando se presentan síntomas que no pueden explicarse fácilmente con otras pruebas. Permite estudiar en detalle el sistema nervioso periférico y la musculatura, detectando alteraciones que a menudo pasan desapercibidas en una analítica o una resonancia.
Uno de sus principales usos es diferenciar si un problema de fuerza o sensibilidad tiene un origen muscular o nervioso. Esta distinción es clave para poder orientar el diagnóstico y el tratamiento. También permite localizar el punto exacto de la lesión o el nervio afectado, y valorar su gravedad.
Entre las situaciones clínicas en las que suele estar indicado un electromiograma destacan:
- Cuando existe dolor o debilidad muscular persistente sin una causa aparente.
- En casos de pérdida de fuerza o coordinación en brazos, piernas o rostro.
- Ante hormigueos, adormecimiento o calambres frecuentes, especialmente si siguen un recorrido nervioso definido.
- Para valorar posibles síndromes de atrapamiento nervioso, como el túnel carpiano o la ciática.
- En el estudio de lesiones nerviosas traumáticas, como las provocadas por accidentes o intervenciones quirúrgicas.
- Para diagnosticar enfermedades musculares o neuromusculares, como distrofias, miopatías, esclerosis lateral amiotrófica (ELA) o miastenia gravis.
Más allá del diagnóstico, también se utiliza para hacer un seguimiento de ciertas enfermedades, valorar su progresión o evaluar la respuesta a un tratamiento. Su papel no se limita solo a detectar, sino también a aportar perspectiva sobre la evolución del paciente.
¿Cómo se realiza esta prueba?
La realización del electromiograma es un proceso que, aunque técnico, se desarrolla en un entorno ambulatorio y no requiere ingreso ni preparación compleja. La prueba suele llevarse a cabo en una consulta especializada en neurofisiología o neurología, y se realiza con el paciente tumbado o sentado, en función de la zona que se va a explorar. La duración y el número de zonas a estudiar varía según el motivo de consulta, pero en general se trata de un procedimiento bien tolerado y con escasos efectos secundarios.
El procedimiento se divide habitualmente en dos partes: el estudio de conducción nerviosa y la electromiografía con aguja. Ambos se realizan en una misma sesión y no requieren ingreso hospitalario ni sedación.
Estudio de conducción nerviosa
Se colocan electrodos adhesivos sobre la piel en puntos estratégicos, generalmente en brazos o piernas. A continuación, se aplica un estímulo eléctrico breve y controlado sobre el nervio correspondiente, y se mide cómo viaja esa señal hasta el músculo. Se evalúan parámetros como la velocidad de conducción, el tiempo de respuesta y la amplitud del impulso.
Esta parte puede generar una ligera sensación de descarga eléctrica, molesta pero breve, similar a un pequeño calambre.
Electromiografía con aguja
El siguiente paso es introducir un electrodo en forma de aguja muy fina dentro de determinados músculos. Esta aguja capta la actividad eléctrica del músculo tanto en reposo como durante la contracción voluntaria. El especialista puede pedirte que muevas el músculo o que lo mantengas relajado según lo que necesite observar.
La sensación es comparable a la de un pinchazo leve, aunque puede resultar algo más incómoda en ciertos músculos profundos. No suele durar más de unos segundos por zona.