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Convulsión febril: qué es y cómo actuar ante una crisis

lunes, 17 de febrero de 2025

Las convulsiones febriles son episodios que pueden generar gran preocupación en las familias, ya que ocurren en niños pequeños y están relacionadas con la fiebre. Se trata de episodios convulsivos que, aunque suelen ser benignos, pueden ser muy impactantes para los padres y cuidadores. Estas crisis se presentan con más frecuencia entre los 6 meses y los 5 años de edad, y su aparición suele estar vinculada a infecciones virales que provocan fiebre alta.

Cuando un niño experimenta una convulsión febril, pueden surgir muchas dudas y temores: ¿son peligrosas? ¿Existe riesgo de epilepsia en el futuro? ¿Cómo se debe actuar en el momento en que ocurre? La falta de información puede generar aún más ansiedad en los familiares, por lo que es fundamental comprender qué son, por qué suceden y cuáles son las mejores formas de controlarlas.

Comprender qué son las convulsiones febriles, qué factores las desencadenan, cómo diferenciarlas de otros tipos de convulsiones y qué medidas deben tomarse para garantizar la seguridad del niño es clave para reducir la ansiedad y actuar con tranquilidad. También es importante conocer los tratamientos disponibles, los signos de alarma y los casos en los que es necesario acudir a un especialista.

¿Qué es una convulsión febril?

Una convulsión febril es un episodio convulsivo que ocurre en niños pequeños cuando tienen fiebre alta, generalmente por encima de 38°C. Estas convulsiones se producen debido a la inmadurez del sistema nervioso y su respuesta a un aumento repentino de la temperatura corporal. Aunque pueden ser alarmantes, la mayoría de las convulsiones febriles son breves y no dejan secuelas neurológicas.

Se clasifican en dos tipos. Las convulsiones febriles simples, que son las más comunes, tienen una duración menor a 15 minutos, afectan todo el cuerpo con movimientos rítmicos de brazos y piernas y no se repiten en las siguientes 24 horas. Por otro lado, las convulsiones febriles complejas pueden durar más de 15 minutos, afectar solo una parte del cuerpo y repetirse en un mismo episodio febril. En estos casos, el médico puede indicar estudios adicionales para descartar otras posibles causas.

¿Qué la provoca? ¿Qué factores de riesgo hay?

Las convulsiones febriles no tienen una causa única, sino que son el resultado de una combinación de factores que predisponen a algunos niños a experimentarlas cuando tienen fiebre. Entre los principales desencadenantes se encuentra la inmadurez del sistema nervioso, que hace que el cerebro de los más pequeños sea más sensible a los cambios bruscos de temperatura.

Otro factor determinante es la genética. Se ha demostrado que los antecedentes familiares juegan un papel importante, ya que si uno de los progenitores o un hermano ha tenido convulsiones febriles, el niño tiene más probabilidades de padecerlas. Además, la rapidez con la que sube la fiebre parece ser un desencadenante más relevante que la temperatura en sí misma.

Las infecciones también son un elemento clave, especialmente las causadas por virus. Enfermedades como la gripe, la roséola o infecciones respiratorias pueden provocar fiebre alta y, en consecuencia, desencadenar una convulsión febril. Asimismo, algunas vacunas que generan fiebre como efecto secundario, como la triple vírica o la DTP, pueden aumentar el riesgo en los días posteriores a su administración, aunque este riesgo sigue siendo bajo en comparación con los beneficios de la inmunización.

Entre los principales factores de riesgo se incluyen:

  • Edad: los niños entre 6 meses y 5 años tienen más probabilidades de sufrir convulsiones febriles, con un pico de incidencia entre los 12 y 18 meses.
  • Rápido aumento de la fiebre: más que la temperatura en sí, el incremento repentino de la fiebre es un factor clave.
  • Antecedentes familiares: hijos de padres o hermanos que han tenido convulsiones febriles presentan un mayor riesgo.
  • Infecciones virales: son la causa más común de fiebre en la infancia y pueden desencadenar convulsiones.
  • Reacción a vacunas: aunque es poco frecuente, algunas vacunas pueden generar fiebre y, en consecuencia, convulsiones febriles en niños predispuestos.

¿Cómo reconocer una convulsión febril?

Las convulsiones febriles suelen aparecer de manera repentina y, aunque pueden generar alarma, es fundamental conocer sus manifestaciones para actuar de forma rápida y efectiva. Durante una crisis, el niño pierde la conciencia y presenta movimientos involuntarios en el cuerpo. Estos episodios pueden durar desde unos segundos hasta varios minutos y, en la mayoría de los casos, no dejan secuelas.

Algunos de los síntomas más característicos incluyen temblores generalizados, rigidez muscular, ojos en blanco o con movimientos incontrolados y dificultad momentánea para respirar. En ciertos casos, los labios pueden adquirir un tono azulado debido a la reducción temporal del flujo de oxígeno.

Tras la convulsión, el niño suele experimentar un período de somnolencia o confusión. Este estado puede durar desde unos minutos hasta una hora, y es fundamental que los padres se mantengan atentos para asegurarse de que el pequeño se recupere correctamente. Si la convulsión dura más de cinco minutos o el niño no recupera la conciencia, es imprescindible acudir a urgencias de inmediato para una evaluación médica.

¿Qué hacer durante una convulsión febril?

Ante una convulsión febril, lo más importante es mantener la calma y garantizar la seguridad del niño. Lo primero que se debe hacer es colocar al pequeño de lado en una superficie segura, evitando cualquier objeto cercano que pueda causarle daño. No se debe sujetar ni intentar detener sus movimientos, ya que esto podría generar más estrés o lesiones accidentales.

También es importante no introducir objetos en su boca, ya que existe el riesgo de que se lastime los dientes o se obstruya la vía respiratoria. Mientras ocurre la crisis, se recomienda observar atentamente su duración y características, anotando cualquier detalle relevante que pueda ser útil para el médico.

Si la convulsión dura menos de cinco minutos y el niño se recupera bien, normalmente no es necesario acudir a urgencias. Sin embargo, si la crisis se prolonga, el niño tiene dificultades para respirar o presenta una segunda convulsión en el mismo episodio febril, es imprescindible buscar atención médica inmediata.

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Tratamiento y prevención

En la mayoría de los casos, las convulsiones febriles no requieren tratamiento específico. Sin embargo, controlar la fiebre con antipiréticos como paracetamol o ibuprofeno puede ayudar a reducir la probabilidad de nuevos episodios. También es importante mantener al niño bien hidratado, vestirlo con ropa ligera y controlar la temperatura corporal durante los episodios febriles.

En casos excepcionales, cuando las convulsiones febriles son recurrentes o prolongadas, el médico puede considerar la administración de medicación preventiva. Sin embargo, en la mayoría de los niños, el riesgo de complicaciones es bajo y la evolución suele ser favorable sin necesidad de tratamientos a largo plazo.

¿Existe riesgo de epilepsia en el futuro?

Uno de los mayores temores de los padres es si una convulsión febril puede derivar en epilepsia. La gran mayoría de los niños que experimentan convulsiones febriles no desarrollan epilepsia en el futuro. Sin embargo, existen ciertos factores que pueden aumentar el riesgo.

El principal factor de riesgo es el antecedente familiar de epilepsia. Si un padre o un hermano ha sido diagnosticado con esta enfermedad, las posibilidades de que el niño desarrolle epilepsia pueden ser ligeramente mayores. También se ha observado que los niños que han tenido convulsiones febriles complejas, es decir, aquellas que duran más de 15 minutos, afectan solo un lado del cuerpo o se repiten en el mismo episodio febril, pueden tener un riesgo algo mayor.

Otro factor a considerar es la presencia de anomalías neurológicas previas. Si el niño tiene un retraso en el desarrollo, antecedentes de problemas neurológicos o una estructura cerebral alterada, el riesgo de epilepsia también aumenta. Aun así, es importante destacar que la mayoría de los niños con convulsiones febriles crecen sin desarrollar trastornos convulsivos crónicos.

Los estudios han demostrado que el riesgo general de desarrollar epilepsia tras haber sufrido convulsiones febriles es bajo. Se estima que solo un pequeño porcentaje de los niños con convulsiones febriles, entre el 2% y el 5%, desarrollará epilepsia en el futuro, una cifra apenas superior al riesgo en la población general. Esto significa que, en la mayoría de los casos, los episodios febriles no dejan secuelas ni predisponen a problemas neurológicos graves.

Para tranquilidad de los padres, es importante saber que el pediatra o el neurólogo infantil pueden evaluar cada caso de manera individual y, si lo consideran necesario, solicitar pruebas complementarias como electroencefalogramas o resonancias magnéticas para descartar cualquier anomalía.